Según El Economista, únicamente cuatro de diez empresas dan seguimiento a los empleados que han tenido COVID-19 y presentan fatiga, dificultad para respirar o pérdida de memoria.
Esto representa un gran desafío para la productividad laboral, ya que muchas personas recuperadas de coronavirus, tienen que trabajar después de dos semanas de aislamiento; en el mejor de los casos.
Entre las secuelas a largo plazo del COVID-19 persistente se encuentran:
- Trastorno de la atención
- Fatiga
- Disnea (desmayos)
- Tos
- Pérdida de cabello
- Dolor de cabeza
- Dolor en articulaciones
- Polipnea (aumento de la frecuencia y profundidad respiratoria)
- Anosmia (pérdida del sentido del olfato)
- Ageusia (deterioro del sentido del gusto)
Desafortunadamente, la mayoría de las empresas buscan tener una prueba negativa de parte de los trabajadores para reanudar actividades, pero la realidad es que muchos pacientes son víctimas del COVID-19 persistente y estas secuelas pueden llegar a durar hasta meses.
Es un factor que afecta a la productividad en las empresas porque los empleados y trabajadores se deben presentar a trabajar a pesar de seguir con secuelas y síntomas que comprometen su trabajo.
Sin importar si el paciente tuvo un contagio leve por coronavirus, estas secuelas pueden aparecer y durar mucho tiempo después de presentar una prueba negativa. Sin embargo, esto se puede evitar cortando las cadenas de contagio al aplicar semanalmente pruebas rápidas a todos tus empleados y trabajadores que laboren presencialmente.
Fuentes: